Los jóvenes y las nuevas tecnologías
Según
el estudio realizado por la Fundación Pfizer (2009), el 98% de los jóvenes
españoles de 11 a 20 años es usuario de Internet. De ese porcentaje, siete de
cada 10 afirman acceder a la red por un tiempo diario de, al menos, 1,5 horas,
pero sólo una minoría (en torno al 3% o al 6%) hace un uso abusivo de
Internet. Es, por tanto, una realidad
obvia el alto grado de uso de las nuevas tecnologías entre los adolescentes y
jóvenes (Johansson y Götestam, 2004; MuñozRivas, Navarro y Ortega, 2003). Las
TIC simplifican considerablemente nuestros quehaceres cotidianos. El atractivo
de Internet para los jóvenes es que se caracteriza por la respuesta rápida, las
recompensas inmediatas, la interactividad y las múltiples ventanas con
diferentes actividades. El uso es positivo, siempre que no se dejen de lado el resto de las
actividades propias de una vida normal (estudiar, hacer deporte, ir al cine,
salir con los amigos o relacionarse con la familia). Otra cosa es cuando el
abuso de la tecnología provoca aislamiento, induce ansiedad, afecta a la
autoestima y le hace perder al sujeto su capacidad de control. Las
motivaciones para hacerse con un Iphone,
que permite reproducir y almacenar música e integra teléfono, cámara de fotos y
acceso a Internet en un único dispositivo de diseño exclusivo, o para tener
cuenta en las redes sociales virtuales (Tuenti o Facebook), que permiten
localizar a personas, chatear, mandar mensajes tanto privados como públicos,
crear eventos y colgar fotos y vídeos, son múltiples: ser visibles ante los
demás, reafirmar la identidad ante el grupo, estar conectados a los amigos. El
anonimato produce terror, del mismo modo que asusta la soledad. Las redes
sociales son el espantajo que aleja el fantasma de la exclusión: se vuelcan las
emociones, con la protección que ofrece la pantalla, y se comparte el tiempo libre. Uno puede
creerse popular porque tiene listas de amigos en las redes sociales. Los
riesgos más importantes del abuso de las TIC son, además de la adicción, el
acceso a contenidos inapropiados, el acoso o la pérdida de intimidad. Así, en
las redes se puede acceder a contenidos pornográficos o violentos o transmitir
mensajes racistas, proclives a la anorexia, incitadores al suicidio o a la
comisión de delitos (carreras de coches prohibidas). Asimismo existe el riesgo
de crear una identidad ficticia,
potenciada por un factor de engaño, autoengaño o fantasía. Así, por ejemplo, se
liga bastante virtualmente porque el adolescente se corta menos. Sin embargo, se facilita la confusión entre lo íntimo, lo
privado y lo público (que puede favorecer el mal uso de información privada por
parte de personas desconocidas) y se fomentan conductas histriónicas y
narcisistas, cuando no deformadoras de la realidad (por ejemplo, alardear del
número de amigos agregados).
Cuando
hay una dependencia, los comportamientos adictivos se vuelven automáticos,
emocionalmente activados y con poco control cognitivo sobre el acierto o error
de la decisión. El adicto sopesa los beneficios de la gratificación inmediata,
pero no repara en las posibles consecuencias negativas a largo plazo. Por ello,
el abuso de las redes sociales virtuales puede facilitar el aislamiento, el
bajo rendimiento, el desinterés por otros temas, los trastornos de conducta y
el quebranto económico (los videojuegos), así como el sedentarismo y la
obesidad. En resumen, la dependencia y la supeditación del estilo de vida al
mantenimiento del hábito conforman el núcleo central de la adicción. Lo que
caracteriza, por tanto, a la adicción a las redes sociales no es el tipo de
conducta implicada, sino la forma de
relación que el sujeto establece con ella (Alonso-Fernández, 1996; Echeburúa y Corral, 2009).
Factores de riesgo
A
un nivel demográfico, los adolescentes constituyen un grupo de riesgo porque
tienden a buscar sensaciones nuevas y son los que más se conectan a Internet,
además de estar más familiarizados con las nuevas tecnologías
(Sánchez-Carbonell, Beranuy, Castellana, Chamorro y Oberst, 2008). Sin embargo,
hay personas más vulnerables que otras a las adicciones. De hecho, la
disponibilidad ambiental de las nuevas tecnologías en las sociedades
desarrolladas es muy amplia y, sin embargo, sólo un reducido número de personas
muestran problemas de adicción (Becoña, 2009; Echeburúa y Fernández-Montalvo,
2006; Labrador y Villadangos, 2009). En algunos casos hay ciertas
características de personalidad o estados emocionales que aumentan la
vulnerabilidad psicológica a las adicciones: la impulsividad; la disforia
(estado anormal del ánimo que se vivencia subjetivamente como desagradable y
que se caracteriza por oscilaciones frecuentes del humor); la intolerancia a
los estímulos displacenteros, tanto físicos (dolores, insomnio o fatiga) como
psíquicos (disgustos, preocupaciones o responsabilidades); y la búsqueda
exagerada de emociones fuertes. Hay veces, sin embargo, en que en la adicción
subyace un problema de personalidad -timidez excesiva, baja autoestima o
rechazo de la imagen corporal, por ejemplo- o un estilo de afrontamiento
inadecuado ante las dificultades cotidianas. A su vez, los problemas
psiquiátricos previos (depresión, TDAH, fobia social u hostilidad) aumentan el
riesgo de engancharse a Internet (Estévez, Bayón, De la Cruz y Fernández-Liria,
2009; García del Castillo, Terol, Nieto, Lledó, Sánchez, Martín-Aragón, et al.,
2008; Yang, Choe, Balty y Lee, 2005). Otras veces se trata de personas que
muestran una insatisfacción personal con su vida o que carecen de un afecto consistente y que
intentan llenar esa carencia con drogas o alcohol o con conductas sin
sustancias (compras, juego, Internet o móviles). En estos casos Internet o los
aparatos de última generación actúan como una prótesis tecnológica.
En resumen, un sujeto con una personalidad vulnerable, con una cohesión familiar débil y con unas relaciones sociales pobres corre un gran riesgo de hacerse adicto si cuenta con un hábito de recompensas inmediatas, tiene el objeto de la adicción a mano, se siente presionado por el grupo y está sometido a circunstancias de estrés (fracaso escolar, frustraciones afectivas o competitividad) o de vacío existencial (aislamiento social o falta de objetivos). De este modo, más que de perfil de adicto a las nuevas tecnologías, hay que hablar de persona propensa a sufrir adicciones.
En resumen, un sujeto con una personalidad vulnerable, con una cohesión familiar débil y con unas relaciones sociales pobres corre un gran riesgo de hacerse adicto si cuenta con un hábito de recompensas inmediatas, tiene el objeto de la adicción a mano, se siente presionado por el grupo y está sometido a circunstancias de estrés (fracaso escolar, frustraciones afectivas o competitividad) o de vacío existencial (aislamiento social o falta de objetivos). De este modo, más que de perfil de adicto a las nuevas tecnologías, hay que hablar de persona propensa a sufrir adicciones.
Señales
de alarma
Las
principales señales de alarma que denotan una dependencia a las TIC o a las
redes sociales y que pueden ser un reflejo de la conversión de una afición en
una adicción son las siguientes (Young, 1998): a. Privarse de sueño (<5 horas)
para estar conectado a la red, a la que se dedica unos tiempos de conexión
anormalmente altos. b. Descuidar otras actividades importantes, como el
contacto con la familia, las relaciones sociales, el estudio o el cuidado de la
salud. c. Recibir quejas en relación con el uso de la red de alguien cercano,
como los padres o los hermanos. d. Pensar en la red constantemente, incluso
cuando no se está conectado a ella y sentirse irritado excesivamente cuando la
conexión falla o resulta muy lenta. e. Intentar limitar el tiempo de conexión,
pero sin conseguirlo, y perder la noción del tiempo. f. Mentir sobre el tiempo
real que se está conectado o jugando a un videojuego. g. Aislarse socialmente,
mostrarse irritable y bajar el
rendimiento en los estudios. h. Sentir una euforia y activación anómalas
cuando se está delante del ordenador. De este modo, conectarse al ordenador
nada más llegar a casa, meterse en Internet nada más levantarse y ser lo último
que se hace antes de acostarse, así como reducir el tiempo de las tareas
cotidianas, tales como comer, dormir, estudiar o charlar con la familia, configuran el perfil
de un adicto a Internet. Más que el número de horas conectado a la red, lo
determinante es el grado de interferencia en la vida cotidiana (Davis, 2001).
En definitiva, la dependencia a Internet o a
las redes sociales está ya instalada cuando hay un uso excesivo asociado
a una pérdida de control, aparecen síntomas de abstinencia (ansiedad,
depresión, irritabilidad) ante la imposibilidad temporal de acceder a la Red,
se establece la tolerancia (es decir, la necesidad creciente de aumentar el
tiempo de conexión a Internet para sentirse satisfecho) y se producen
repercusiones negativas en la vida cotidiana. En estos casos engancharse a una
pantalla supone una focalización atencional, reduce la actividad física, impide
diversificar el tiempo y anula las posibilidades de interesarse por otros
temas. El sujeto muestra un ansia por las
redes sociales y se produce.
Estrategias de
prevención
El uso de las TIC y de
las redes sociales impone a los adolescentes y adultos una responsabilidad de
doble dirección: los jóvenes pueden adiestrar a los padres en el uso de las
nuevas tecnologías, de su lenguaje y sus posibilidades; los padres, a su vez,
deben enseñar a los jóvenes a usarlas en su justa medida. Los padres y
educadores deben ayudar a los adolescentes a desarrollar la habilidad de la
comunicación cara a cara, lo que, entre otras cosas, supone (Ramón-Cortés,
2010): a. Limitar el uso de aparatos y pactar las horas de uso del ordenador.
b. Fomentar la relación con otras personas. c. Potenciar aficiones tales como
la lectura, el cine y otras actividades culturales. d. Estimular el deporte y
las actividades en equipo. e. Desarrollar actividades grupales, como las vinculadas
al voluntariado. f. Estimular la comunicación y el diálogo en la propia
familia. La limitación del tiempo de conexión a la red en la infancia y
adolescencia (no más de 1,5-2 horas diarias, con la excepción de los fines de
semana), así como la ubicación de los ordenadores en lugares comunes (el salón,
por ejemplo) y el control de los contenidos, constituyen estrategias
adicionales de interés (Mayorgas, 2009).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario